LA RESTRICCIÓN EXTERNA

 

Por José Maximiliano Marcantoni (*)

Junio de 2018.

            La usualmente denominada para los economistas “restricción externa” no es ni más ni menos que a la imposibilidad de lograr un crecimiento económico sostenible debido a los obstáculos para la obtención de divisas. Esto explica parcialmente las dificultades que han tenido muchas economías latinoamericanas para su desarrollo.

Argentina no es la excepción a la restricción externa. Es más: se ha caracterizado durante gran parte de los últimos años de su historia por tener este problema, situación que desde el año pasado se fue agravando y vemos cada vez más presente en las noticias de los distintos medios de comunicación con títulos mencionando la cantidad de “fuga de capitales”, “pérdida de reservas” o “compra de dólares en el mes tal”.

            Hoy enfrentamos como país nuevamente el desafío de vencer esta restricción externa y “darla vuelta”, tema que aún queda sin resolución. De momento, se tomó la decisión de recurrir al FMI para solicitar ayuda crediticia y de esta manera obtener las divisas urgentemente requeridas para evitar un desequilibrio importante en lo inmediato.

            Una nación sólo puede crecer en forma sostenible si logra obtener las divisas (en nuestro caso, los dólares) necesarios para hacer frente a sus obligaciones en esa divisa y además generar un excedente que le permita financiar el crecimiento de su economía. En Argentina, para que la economía crezca, es necesario entre otras cosas, la inversión en maquinaria y tecnología que en muchos casos proviene del exterior y es preciso pagar con divisas. A esto se agrega también la conveniencia (o no) de captar inversores extranjeros para financiar proyectos en la economía real, siendo esos mismos inversores quienes luego requerirán a cambio de su aporte una retribución (rentabilidad / utilidades) que normalmente giran a sus casas matrices en el exterior del país, lo cual requiere necesariamente que el país cuente con las divisas para que se pueda formalizar esa transacción de giro de utilidades al exterior. Así, se podrían nombrar también otros ejemplos donde es requerido contar con moneda extranjera para generar crecimiento.

           

            En nuestro país en particular, la historia a mostrado una cultura muy fuerte en cuanto a la dolarización, de lo cual no se lo puede culpar por las sucesivas crisis que ha sufrido en su historia. Esta particularidad hace que una mirada puesta en forma permanente sobre el nivel de reservas sea una gestión esencial de cualquier gobierno –independientemente de su postura política- cuando hay variables macroeconómicas que podrían generar problemas graves a futuro.

En resumen, hoy nuestra mayor restricción ya no pasa por el déficit fiscal en pesos –que igualmente es un tema de urgente resolución- sino por la debilidad en el stock de dólares. Esto fue el motivo principal del pedido de auxilio crediticio urgente al FMI.

Claramente la solución es revertir la situación generando mayores ingresos de dólares que egresos, al tiempo que se podría (o no) limitar el acceso a dólares para ciertas transacciones (por ejemplo salida de dólares financieros que nunca fueron a inversiones en la economía real sino a aportes especulativos cuyo único destino era obtener rentabilidad a costa de nuestras reservas en moneda extranjera –ergo: LEBACS en manos de inversores extranjeros-). Para ello es necesario establecer unas políticas que permitan fomentar las exportaciones de productos industrializados en lugar de simplemente continuar exportando productos primarios (granos, carne, lana, pescado sin procesar). Esto no significa que exportar granos o carne sea malo –al contrario, son los sectores responsables de mayor ingresos de dólares al país-, sino que hay mejores alternativas que generarán mayores niveles de reservas, empleo y desarrollo. Biodiésel, energía, aceites, automóviles, son sólo algunos ejemplos donde Argentina ha demostrado buenas posibilidades exportadoras con las políticas adecuadas y el mundo acompañando en cuanto a demanda de productos.

            Otro aspecto importante a tener en consideración es mirar “la letra chica” al momento de firmar acuerdos de comercio con el resto del mundo, ya que normalmente esos acuerdos terminan siempre de la misma manera: países latinoamericanos inundados con manufacturas baratas del exterior, industrias locales destruidas, desempleo y sólo exportación de productos primarios más  algún producto industrializado como excepción.

La política de apertura al exterior de Argentina debería reflejar como eje principal el problema de la restricción externa, calibrando con “sintonía fina” el nivel de apertura a importaciones e inversores extranjeros, al tiempo que se generan inversiones genuinas y un modelo exportador con productos de valor agregado.

Seguimos confiando en que algún día podamos lograrlo.

(*) José Maximiliano Marcantoni es Magister en Dirección de Empresas (MBA) de UADE, licenciado en administración (UBA), convencido de la economía como herramienta resolutiva, consultor empresarial de QCC Consultores.